Abdellah y el genio de la botella



Abdellah era un joven muy pobre y desdichado. Sus padres habían muerto poco después de su nacimiento, y su tío, que no tenía esposa ni hijos, se hizo cargo de él. No obstante, su tío se encontraba muy lejos de ser un buen padre. Era éste un hombre de mente obtusa y de mal carácter que, al cumplir Abdellah los diez años, había obligado al niño a trabajar en las tierras que poseía, y en ellas sudaba Abdellah desde la mañana a la noche, y a veces, de sol a sol.
Por ello, Abdellah no sabía apenas nada del mundo, ni por supuesto, leer o escribir. Pero a él eso no le importaba, ya que tenía asumido que estaría trabajando en los huertos de su tío toda la vida. Lo que realmente echaba en falta era no tener ningún amigo con el que poder jugar, o tan siquiera, poder hablar.
Y así pasaba los días, las semanas, los meses y los años el pobre y solitario Abdellah, entre la dura tierra, sus castigadas manos, y los pesados utensilios de labranza.
Pero esta situación, por un fresco soplo del destino, o tal vez del azar (ya que es siempre muy difícil determinar la responsabilidad de uno o del otro), esta situación, decíamos, cambió un día, tras haber cumplido Abdellah los diecisiete años.
Mientras cavaba una profunda zanja, donde se iban a echar los cimientos para una casa que quería construir su tío, la azada chocó contra un objeto, originando un sonido semejante a un tintineo, como el que produce el cristal. Abdellah apartó la tierra y encontró una botella de color ámbar, intacta, sin un solo rasguño aun a pesar del fuerte golpe que le había propinado.
—¡Qué raro! —exclamó Abdellah—. Ha recibido un trastazo que hubiera partido una piedra y aquí está, como si nada.
Se quedó mirando fijamente para ella. No sólo era extraño que no se hubiera roto, sino que también Abdellah se vio sorprendido por su contenido. Era de lo más peculiar. Por lo que él sabía, las botellas de este tipo siempre contenían líquido, a menos que ya se lo hubiera bebido su tío (cuya media era de tres o cuatro al día), y por tanto, quedaban vacías. Pero en este caso era distinto. Parecía que dentro había un gas de tonalidad dorada. Intentó sacar el tapón de metal que la cerraba. Empleó en ello todo su empeño, pero no pudo mover el tapón ni un ápice.
Golpeó entonces el tapón contra una roca. Tampoco dio resultado. Abdellah estaba admirado por la resistencia que ofrecía.
Miró dentro de la botella y le pareció que el gas se movía. Decidió quitar la poca tierra que todavía ensuciaba el exterior para ver mejor, con lo que frotó la botella y, de repente, como un estruendo, el gas salió empujado por un fuerte viento, ocupando cada vez más espacio en el cielo. Abdellah se asustó. Si en ese momento aparecía su tío…
Atareado en intentar dispersar el gas que se cernía por todas partes, no pudo percatarse de que una forma iba constituyéndose entre la nube dorada.
Cuando se giró vio ante él un hombre en apariencia, pero cuatro veces más alto de lo normal. Abdellah se asustó.
—No temas —le indicó aquél con una voz semejante a una tormenta desatada—, soy un genio, y estoy aquí para servirte, pues tú eres el dueño de la botella. Pídeme tres deseos y te los concederé.
Maravillado ante el prodigio, y todavía más ante la actitud servil de tan intimidatorio ser, Abdellah no pudo articular palabra alguna. Así pues, el genio, tras esperar un buen rato, volvió a hablar.
—Si no es de tu interés formularlos ahora, volveré al interior de la botella.
—¡Espera! —le detuvo Abdellah, temiendo no saber cómo hacer para volver a llamarlo si es que lograba reunir el valor suficiente—. ¿Cómo has aparecido?
—Has frotado la botella, ¿no es así?
—Sí.
—Siempre que lo hagas saldré de ella. Me tendrás a tu servicio mientras quede algún deseo por cumplir y la botella te pertenezca. ¿Quieres pedir alguno ahora?
—No, no vaya a ser que venga mi tío y nos vea —le confesó Abdellah doblemente temeroso—. Está a punto de llegar, así que mejor en otro momento.
—Bien. —Tras dar su conformidad, el genio y el gas dorado que le envolvía volvieron a introducirse en el recipiente, el cual quedó de nuevo sellado por el tapón.
Abdellah se dio toda la prisa que pudo en ocultar el curioso objeto en el diminuto cuartucho donde dormía, debajo de una tabla suelta en una de las esquinas del suelo. Allí lo introdujo, junto con algunos trozos de pan y queso que había robado, cuando oyó los pasos de su tío. Debía apurarse si no quería que le descubriese.
—¿Dónde estás, granuja? —gritó éste. Viendo que Abdellah no acudía a su llamada, se enfadó—. ¡Tantos años cuidando de ti y aún sigues siendo tan desobediente! ¡Cuando te encuentre te vas a enterar de quién es tu tío!
Abdellah sabía que nada bueno iba a suceder, pero mucho peor sería si su tío llegaba a saber que ocultaba comida. Entonces comprendería que no eran los ratones los que entraban en la despensa a hurtadillas, y esto le enfurecería más todavía. Consiguió ocultar el hueco y tumbarse sobre la fina capa de paja que hacía las veces de cama, cuando su tío abrió la puerta con brusquedad. Abdellah, a pesar de estar habituado al comportamiento violento de su tío, se giró con miedo. Hay cosas a las que nadie puede acostumbrarse, nunca. Sin tiempo para levantarse, recibió una patada en el costado que le dejó sin respiración.
—¿No tienes oídos? —le gritó su tío. Abdellah se iba a excusar, pero no pudo hacerlo, ya que recibió otro golpe. Gimió—. ¡Igual que una niña! ¡Siempre llorando!
—¿Qué he hecho? —preguntó Abdellah entre sollozos.
—Sólo es un aviso —indicó su tío en actitud socarrona—. Voy a estar dos días fuera, y para cuando venga, si no tienes toda la cosecha recogida, ¡prepárate!
—Pero, ¡no puede hacerse en menos de una semana!
—¿Cómo dices? —preguntó su tío al tiempo que clavaba en Abdellah una mirada amenazante.
—Nada, nada —le respondió el muchacho con sumisión.
—Ya me parecía. —Dicho esto, dio la vuelta, cerró la puerta del mismo modo que la había abierto, y se alejó.
Abdellah no se atrevió a incorporarse hasta estar seguro de que su tío se encontraba lejos. Sentía pánico con tan sólo pensar que podría volver a toparse con él antes de su marcha. Así pues, encogido sobre sí mismo, pensó en usar uno de los deseos para hacer que la cosecha estuviera recogida antes del regreso de su tío, librándose de este modo de una paliza. Pero, según iba pasando el tiempo, cada vez le fue pareciendo menos acertada esta idea. Había una solución mucho mejor que ésta para sus problemas.
Reuniendo todo el valor que tenía, salió fuera y frotó la botella. Al instante apareció de nuevo el genio.
—¿Sabes ya cuál va a ser tu primer deseo? —preguntó éste.
—Sí —respondió Abdellah con un brillo de felicidad en sus ojos—. Quiero tener lo suficiente para vivir bien, lejos de mi tío y de la pobreza. No quiero ser rico, pero tampoco pasar penurias.
El genio se sorprendió ante tal petición, pues los amos precedentes a Abdellah habían deseado ser muy ricos, o los más ricos del mundo. Este hombrecillo, sin embargo, pedía algo demasiado sencillo, así que el genio, intrigado, le preguntó por qué no solicitaba una gran fortuna, a lo que Abdellah respondió:
—Porque no la necesito para ser feliz. O en todo caso, me gustaría conseguirla por mí mismo. Sólo quiero que la vida me dé una oportunidad.
Así pues, el genio, admirado ante la actitud de Abdellah, le concedió el primer deseo. Convirtió a su amo en un mercader con riqueza suficiente para prosperar, pero sin llegar a ser ésta ostentosa.
Sin embargo, pronto descubrió Abdellah que con esto no estaba asegurada su pervivencia de ningún modo. No conocía los números, y aunque acabó memorizándolos, todavía seguía sin saber qué hacer con ellos. No era capaz de realizar operaciones tan sencillas como sumar o restar, ni mucho menos, claro está, dividir o multiplicar. Por esta causa, Abdellah nunca podía determinar si las operaciones comerciales que realizaba le daban beneficios o pérdidas.
Para mayor complicación, su comprensión del mundo era tan limitada que no tenía la más remota idea de cuáles eran los productos interesantes para comprar o para vender, o cuándo y dónde hacerlo. Pero Abdellah, una vez constató que su fortuna no aumentaba, sino que iba disminuyendo, se paró a reflexionar... (¿Quieres saber cómo termina el cuento «Abdellah y el genio de la botella»? Continúa en la colección de cuentos Leyendas de Arabia).